Perdí mis borradores en la nube

Entré por curiosidad para ver si habías escrito otra cosa. Salir de mi chat conmigo misma, leer un monólogo ajeno por la rendija de su puerta bloguera. Comprobar que me hace bien saber que alguien más intenta romper sus propios silencios, sin necesidad de recurrir al lirismo.

Kwan Yin


Querida Kwan Yin: 

Tenía varios textos más o menos listos para publicar en estos meses, pero nuestros señores feudales del ciberespacio tuvieron otros planes. No sé si fue culpa de Microsoft 365 o mi propia incompetencia para gestionar cuentas. El caso es que los borradores del blog se quedaron atrapados en algún rincón de la nube de Word, según yo, porque las direcciones cambiaron con la entrada de Copilot a sus ahora inútiles servicios. En lo que recupero esos textos, tu mensaje me ayudó a escribir desde cero.

Me quedo con lo que dices de salir del chat con uno mismo. Está chistoso imaginar a la mente como un WhatsApp. No sé si te pasa, pero en mi chat mental las notificaciones suenan todo el día, segundo a segundo, y no las puedo silenciar. ¿Qué hago con tantas quejas, prejuicios, chistes locales estúpidos y canturreos interminables del mismo coro de Belafonte Sensacional? Yo vivo en la búsqueda implacable (con Liam Neeson) y perpetua de escapar de ese chat de una sola persona.

Últimamente solo alcanzo el silencio al jugar videojuegos (de los que les contaré tan pronto recupere mis borradores), ver algunas series y escuchar podcasts. Hablar con otras personas no siempre ayuda. Mi amiga S me dijo una vez que socializar me costaba trabajo porque, cuando alguien me habla, su voz se empalma con mi voz interna y, como no puedo callar a ninguna de las dos, tengo que escucharlas simultáneamente: a la tuya, contándome historias, haciendo preguntas, esperando señales de vida, y a la mía, diciendo chistes obscenos, hilando argumentos que no tienen sentido o cantando el mismo coro de Belafonte para siempre, para siempre, para siempre.

Se me ocurre que ese WhatsApp personal está muy relacionado con la noción popular del niño interior y que hay personas capaces de sepultarlo proactivamente para concentrar sus esfuerzos en ser adultos consumados que saben cómo y cuándo tronarle los dedos a Microsoft para que se responsabilice y entregue esos textos que secuestró. Adultos que resuelven. Hablo desde la idealización y la envidia, desde luego. Yo me siento más como Maester Aemon en Game of Thrones, quien, antes de morir consumido por la fiebre y la demencia senil, alucinó que era niño y exclamó: «¡Soñé que era viejo!». Así despierta mi voz interior todas las mañanas: ¡Soñé que era un treintón que perdió sus borradores en Word!

Como sabes, escribir es una forma de darle el iPad al niño que vive dentro de nosotros para que se entretenga con algo y se calle. Niño, déjame vivir al menos un rato, toma tu blog y ya cállate por amor de Dios. Por eso me gusta tu idea de asomarse por una rendija al monólogo ajeno, es una linda definición de leer. Leemos para asomarnos a chismear cómo los demás lidian con esa infancia interior insoportable pero merecedora de todas las atenciones y cuidados del mundo.

¿A quién carajos se le ocurre escribir en Word? No sé en qué estaba pensando. ¿Dónde voy a trabajar mis borradores ahora? Acepto sugerencias o licencias piratas, siempre y cuando la sugerencia no sea escribir en un cuaderno con las hojas tejidas, con la pasta de cuero, sobre la mesa de madera junto a la taza de café recién molido, porque ese tip no me sirve. Yo no vuelvo a escribir a mano ni de pedo.

Esa bellísima escena de Game of Thrones.

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