Por qué ya no escribo de cine
Senderismo ? Postea tus reseñas de pelis 🤣🤣 así como new avengers
Miguel hidalgo y costilla
Hola, Rodrigo. De pronto te perdí la pista, ya no te veía escribir de cine; qué bueno que te abriste un blog! Te quería preguntar de las bandas y músicos que más te han marcado y si nos pudieras contar porqué, saludos!
Miguel S.
Queridos Migueles:
Hace poco fui al cine a ver Los 4 Fantásticos y recordé por qué nunca quise reseñar nada de Marvel Studios. Sus películas son blandas, homogéneas y conservadoras; todo lo opuesto a mis cómics favoritos: estilizados, heterogéneos y medio frikis. Por eso ni siquiera vi New Avengers. Perdóname, Miguel.
Dos semanas antes, vi la nueva Superman y tuve el sentimiento opuesto. El filme de James Gunn me evocó las historietas de mi adolescencia. Sentí muchas ganas de repasar sus escenas y platicarlas con alguien. ¿Por qué no escribía algo? ¿Por qué ya no escribo de cine?
La respuesta corta es que la crítica empezó a aburrirme.
Llevo un par de años buscando explicaciones más rebuscadas que esa para soltar proyectos. Que la pandemia cambió mis prioridades, que no pagan bien, que soy muy huevón para estar correteando editores y colaboradores, que el elitismo del circuito de festivales me incomoda, etc. Pero la verdad es sencilla: leer, editar y escribir sobre películas que solo interesan a una pequeña minoría dejó de ser emocionante.
¿Vieron The Studio, la serie de Apple TV+? Hay un episodio donde el protagonista, un alto ejecutivo de Hollywood, sale con una oncóloga que lo invita a una gala con sus colegas médicos. El ejecutivo se asume importante; se cree un artista contribuyendo a la salvación de la humanidad con sus churros de acción y balazos. Luego de convivir con los médicos, se da cuenta de que ellos ya ni siquiera van al cine y que lo consideran como un entretenimiento ocasional sin verdadero impacto. El tipo no lo puede creer.
Imagínense así al crítico pensando que su opinión revela los elevados secretos del cinéma 🚬 o que alguien le va a dar una medalla por aguantar semidespierto cinco funciones al día. En varios momentos de la pandemia, tuve el reality check del ejecutivo en The Studio y vi a la cinefilia cada vez más distanciada de un mundo que, al contrario, se hacía más cercano.
Sobra aclarar que esto es una perspectiva personal y que no menosprecio el trabajo de nadie. Que para mí sea limitante revisar textos kilométricos sobre pelis poco disponibles o tan exigentes que solo dialogan con los mismos tres cuates idénticos de siempre no significa que lo sea para otros.
Porque creo que hay banda muy rifada haciendo y consumiendo crítica, pero yo no tengo tanto que decirle por ahora. Mis textos de esa bonita época —por mucho que me gusten— son demasiado estériles si los vemos fuera de la cinefilia recalcitrante.
¿Eso significa que la crítica no importa? No. Solo dije que me aburre. ¿Entonces nunca más voy a escribir de cine? Tampoco. Es probable que tarde o temprano regrese la comezón (aquí mismo lo estoy haciendo indirectamente, ¿no?).
Sin vicios de cineteco, puedo responderte con más libertad, Miguel. Para contarte de los músicos que me han marcado, no tengo que citar teóricos de moda o acumular referencias en formato APA sobre el contexto político de Beach House o Linkin Park. Puedo simplemente aventarte estos bullets y dejar que interpretes lo que quieras:
Guitarrazos y gruñidos locos resuenan desde algún lugar del jardín de mis abuelos. Mi tío C está ensayando con su banda y yo estoy en la impresionable edad en la que el cerebro absorbe todo como una esponja. De ahí debe venir mi amor por Mastodon (q.e.p.d. Brent Hinds), Opeth y Gojira.
Dos conciertos en video: el One Night Only de los Bee Gees que puso mi mamá en la tele mientras nos enseñaba a doblar la ropa y el Live at Wembley Stadium que unos tíos le regalaron de cumpleaños a mi papá, quien procedió a ignorarlo en el mueble de los DVD, provocando que lo robara, provocando mi obsesión por Queen.
La casa de A y A fue una especie de Hogwarts por un día. Guitarras eléctricas montadas en una muralla de atriles, sintetizadores, un piano, tambores exóticos y extrañas consolas con cilindros y bobinas que se alzaban sobre mí como robots de Astro Boy cuidando todos esos instrumentos. Justo antes de cambiarse a otra escuela y desaparecer de mi vida, los hermanos me grabaron un cassette con canciones de The Offspring, Blondie, Sixpence None the Richer y Green Day.
El soundtrack de Tony Hawk’s Underground 2 traía «Ring of Fire», de Johnny Cash. Al principio la odié, pero se quedó en mi cabeza después de largas, largas horas de jugar en el GameCube. Un día la estaba tarareando en la secundaria y mi compañera E la reconoció. Qué chido que te gusta Cash, dijo. Obvio fingí que sabía quién era, fingí que sí me gustaba y empecé a escucharlo hasta disfrutarlo en serio. Por ella conocí después a Iron Maiden, dejé mi cabello largo y llené mis brazos de estoperoles.
Hablando de Green Day… Cuando salió American Idiot, creí tener todo en común con su antihéroe: Jesus of Suburbia. Era una fantasía para compensar que yo era un niño sobreprotegido, cuadrado como boy scout y bastante miedoso. Al escuchar el disco, soñaba que me escapaba de mi casa como el Jesus, cosa que nunca hice de verdad.
En la prepa, G me prestó un USB donde escuché por primera vez La pasión según San Mateo de J.S. Bach. No soy católico ni nada, pero lloré con el último movimiento. Casi veinte años después, sigo pensando que no hay música más asombrosa.
Reencuentro con mi mejor amiga de la primaria en el centro de altísima cultura que es el food court de Galerías Coapa. Me dijo que escuchara The Mars Volta. Llegué a mi casa a torrentear el De-Loused in the Comatorium y ese día se inauguró la etapa más loca de mi vida (hasta ahora).
Por último, y para forzar esto de vuelta a los cómics, les cuento que estoy clavado con el Eastern Sounds de Yusef Lateef: un disco de jazz de 1962 que —como dice su nombre— incorpora elementos musicales de Medio Oriente. Mi autor de cómics favorito, Harvey Pekar, amaba el jazz con todo su amargado y quejumbroso corazón.
Para hablar de jazz en su serie American Splendor, Pekar no te mandaba a hacer tarea ni te apantallaba con referencias oscuras e intelectuales, sino que relataba anécdotas de sus músicos favoritos o reproducía pláticas con sus amigos coleccionistas. El chiste no era discutir el contenido de los discos con su lector, sino compartir la experiencia de haberlos vivido como parte de una época que comenzaba a desaparecer.
Siempre viendo hacia atrás, Harvey Pekar.
Harvey explicando por qué coleccionar discos de jazz se volvió una cosa tóxica