Por qué abrí un blog
No te voy a mentir: lo que más me gusta de escribir es no escribir. Hay textos que solo se terminan luego de dejarlos en paz. Cierras el archivo, apagas la computadora y abandonas el barco por una noche, unos días o —en mi caso— unos años. Dice el cliché que, si amas algo, lo dejes ir. Yo digo que el amor no tiene nada que ver, que hay que soltarlo todo aunque sea de vez en cuando. Por salud.
El tiempo que sigue al soltar el texto está lleno de nada. Es tiempo de pasear por el parque, jugar con el gato, completar la Pokédex de Galar o escuchar a los vecinos por la ventana. Es tiempo de sándwiches, bebidas enlatadas y reality TV. No me malinterpretes, estar lleno de nada no es lo mismo que estar vacío. Con tanto de todo por todas partes, en 2025 no se puede estar vacío.
Llenarse de nada es quitarle espacio mental a los pianitos del Slack. Es borrar Tiktok. Es tomar una larga siesta en una hamaca imaginaria y rascarse la panza que ojalá solo fuera imaginaria. Es tiempo de no escribir.
Como cuando al publicista de Solo con tu pareja le piden un eslogan por teléfono. El tipo está jugando con dardos y vasitos de papel en su departamento mientras trata de convencer a su jefa de que el comercial que tanto le urge no necesita texto, que está bien así. La jefa insiste: «Ponle un texto, ponle un buen eslogan. Tienes talento, úsalo. Usa tu imaginación, usa tu cabeza, usa la computadora que te regalé, ¡pero por favor no uses más tiempo!».
Pero hay textos que no necesitan talento, imaginación ni cabeza; necesitan tiempo. En vez de regalarme una computadora, regálame tiempo. Y hay cosas que definitivamente van mejor sin texto. El publicista tenía razón en hacerse güey. Hacerse güey es una etapa crucial del proceso creativo.
¿Por qué abrir un blog entonces? Porque de todos modos uno se va a despertar de la siesta. Se va a cansar de la hamaca o el gato lo va a mandar al diablo. O va a huir del parque porque empezó a llover y el paraguas se quedó en casa. O va a dejar de oír las quejas todas tontas de la vecina porque su niña ya empezó un berrinche en decibeles imposibles y mi voz interior quería un pretexto como ese para componer los insultos más prejuiciosos posibles. Es mejor ocupar esa energía verbal en otras cosas. Es mejor volver.
Para volver a escribir, tuve que volver a leer. No nada más atragantarme obsesivamente con Fire & Blood ni chismear los últimos reportes sobre inteligencia artificial, sino leer piezas más humanas en este internet tan inhumano. Volver a Contrawise de Darío Llinares, Solo soy una chica de Claudia Quiroz o a mi Biblia digital que es The Red Hand Files, por ejemplo.
Gracias a sitios como esos, me regresó la curiosidad por los ensayos personales y, cuando menos me lo esperaba, ahí estaba otra vez ese texto que abandoné hace años, volando como una mosca que se coló por la ventana aunque ya la habíamos espantado con el trapito mugroso que ahora sí mañana meto a la lavadora. Ahí viene el texto a pararse en mi lata de Coca-Cola. Hola, soy yo, trata conmigo, hazme caso.
A escribirlo de nuevo. Ya lo tengo, ya volví.
Daniel Giménez Cacho como publicista en Solo con tu pareja